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dentro de esta cerca hasta que hayamos desaparecido yo y los galgos, porque si sales antes y te ven estos, lo pasarás mal, y no respondo de tu vida." Montado en el caballo se dirigió al pueblo rectamente sin separarse del camino. Iba triste, meditabundo y pensaba cómo se había de portar aquella noche durante la cena. Cuando llegó a casa, ya habían venido los criados del campo y al encontrarse con algunos, quien le miraba compasivamente, quien con admiración, éste como si quisiera preguntarle algo, y aquel como reprendiéndole, y al abrir una puerta se enfrentó con Perico que traía al hombro una escudriña de harina para apajar al ganado y preguntó a Ángel: _Pero... Angelito mío... -en la emisión de su voz se notaba que tenía suma confianza con su amo y le quería muchísimo más que Ángel a él-. Con que ya me vas a dejar. ¿He?. ¿De manera que quieres ser cura y no sé si fraile también?. _¿Quién te ha dicho semejante cosa?. _Andrés nos lo ha contao a toos los criados. _¡Bah!. Y sin decir más, dejó a Perico, y siguió su camino. Apenas se había sentado en su cuarto, cuando oyó que su nombre era pronunciado en una habitación inmediata, y picándole la curiosidad se fué a escuchar, sin hacer ruido, a la puerta y percibió el diálogo siguiente de dos criadas: una joven que se llamaba Felisa y otra ya anciana que se denominaba Josefa. _Mía, Josefa, te lo digo francamente. Un señorito tan guapazo y tan galán como es Ángel que se meta a cura es una tontería, y no saberse aprovechar de -117-
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