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poniéndose en filas. No habían caminado mucho; y el perdiguiero olfateó, comenzó a ladrar y menear con agilidad la cola. Los galgos se vinieron a él y este olfateando y dando vueltas llegó a una mata de carrascos de la que otra liebre salió más que aprisa, y Ángel a cuatro pies con su caballo; siguiéronle los galgos, gritaba: "j Perro, perro!.." Y se volvió a repetir la misma escena; pero con más éxito para la liebre, porque, después de mucho correr y dar vueltas y revueltas, tiró recta por un cerro arriba y se metió por el agujero de unas tapias que cercaban una ermita. Los galgos no pudieron saltar por ser bastante elevadas las paredes y escarbaban en el agujero y daban mil vueltas alrededor de la cerca y se deshacían sin ningún resultado. A todo galope llegó Ángel a aquel lugar y dirigiéndose a la puerta, ató el caballo y al abrirla, el galgo pinto se le coló. Ángel entró, cerró la puerta y sin hacer caso de la liebre, se fué arrodillar delante de una gran cruz de piedra que había a un lado de la puerta de la ermita. Mientras Ángel rezaba, el pinto dió con la liebre, y comenzaron las carreras alrededor de la ermita; pero Ángel no hizo caso ni del pinto, ni de la liebre, ni tampoco de los aullidos del perdiguero que parecía que lloraba por no poder entrar. La liebre ya cansada, se refugió y se acurrucó, entre la Cruz y Ángel, el cual con su mano derecha la cogió suavemente, mientras que con la izquierda impedía al galgo que metiera su hocico como intentaba. Después, con caricias la apostrofó: "¡Pobrecita liebre!. Lo que a tí te ha pasado, a mí me ocurre. A tí te han perseguido los galgos, y mi alma es perseguida por los lobos infernales. Tú, por haberte -115-

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