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No haya ninguno cobarde, aventuremos la vida, pues no hay quien mejor la guarde, que el que la da por perdida. Pues Jesús es nuestra guía y el premio de aquesta guerra. Ya no durmáis, ya no durmáis porque no hay paz en la tierra". Entusiasmado estaba, y repetía de nuevo la 4ª estrofa, apenas terminar el primer verso: "No haya ninguno cobarde", uno de los galgos saca una liebre y el caballo da un bote y a carrera tendida se lanza tras la liebre: "¡Perro, perro!. .. gritó Ángel; y los galgos corren, no ven la tierra y la liebre tuerce para una parte y tras ella van los galgos; ya el blanco se adelanta y con su hocico toca la liebre, la que dando un salto, cual si se le hubiera aplicado una descarga eléctrica, deja atrás a su enemigo. El pinto la da un cruce, más ella se para de repente en la mata de un tomillo y los galgos no se pueden frenar en su carrera; al fin se detienen y emprenden de nuevo tras la liebre, que corre que te corre por la parte opuesta se había metido entre las patas del caballo que venía bufando. Ángel estira de las bridas y el caballo se encabrita de manos y casi, casi, se desploma para atrás. Emprende de nuevo su carrera y trata de cortar a la liebre que volaba por un cerro seguida por los galgos; ora el blanco se adelanta, ora tuerce para la izquierda, ora para la derecha, ya el negro, en una media vuelta, salta por encima de la liebre, ya el blanco intenta darla un zarpazo, pero queda burlado. "¡Perro, perro!" -113-
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