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_¡Hijo mío! -exclamó Dña. Consuelo-, el Espíritu Santo es quien te ha movido a que te metas Capuchino y quien te ha inspirado las respuestas a nuestras preguntas. No le seas infiel; corresponde a su llamamiento y pídeme cuando quieras mi bendición que con sumo gusto te la daré. _Y yo, hijo mío, te digo lo mismo que tu madre y además que, cuando quieras, puedes escribir al Superior de los Capuchinos, para exponerle tu vocación y solicitar la entrada en la Orden; mas, dile o, si tú quieres, se lo diré yo, que, si te admite, diga al mismo tiempo qué tienes que hacer, qué tienes que llevar y a dónde tienes que ir. _Yo quisiera ir al Colegio de El Pardo un año para aprender bien el latín, y después ya el Noviciado. _¡Bueno! pues expónselo a él, y ya te dirá. _Así lo haré, madre. D. José, que había permanecido con la barbilla sobre la mano izquierda que sostenía el bastón fuertemente apoyado en tierra, cambió de postura al par que variaba el tono de su voz. _Ahora, hijo mío, te voy a preguntar una cosa. _Pregunte usted, lo que desee, padre. _Tu amigo Ángel ¿quiere ser también Capuchino?. _En ello está empeñado y dice que, aunque su madre no le deje, llegará a serlo por encima de todo. _j Pues buena se va a poner Dña. Remedios cuando lo sepa!. _Pues, madre, aunque Dña. Remedios se ponga como quiera, no adelantará nada, porque bien sabe usted, cómo es Ángel... y esto sin contar con la gracia divina, que si añadimos ésta, creo que su madre, si -101-

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