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484 más segura de las cuatro, Conchita. Y no sólo en cuanto a la verdad de lo que ya había ocurido, sino también en cuanto a la realización de lo que ella misma tenía anunciado. Escribió en su Diario, página 63: «Yo tamb(én he dudado un poco de que el milagro vendría. Y un día, estando en mi habitación, dudando de si vendría el milagro, oí una voz que decía: "Conchita, no dudes que mi Hijo hará un milagro." Yo lo sentí en mi interior; pero tan claro como si fuera por los oídos; o mejor aún. Era sin palabras. ¡Me dejó una paz ..., una alegría...! Más que cuando la veía (a la Virgen). Y yo, al primero que se lo he dicho, fue a Plácido 8 ; y luego él ya se lo dijo a más. Se llaman locuciones. Y se pueden llamar voz de alegría, voz de feli– cidad, voz de paz. Y entonces, no he vuelto a dudar nada. Pero pasaban los días y ¡que ya no me volvieron a hablar! A mí me daba una pena... Pero yo lo com– prendía: ¿cómo Dios me iba a dar tanta felicidad, tan a menudo, sin merecerlo? Me han hecho mucho bien las locuciones. Mucho, mucho. Porque era como si la Santísima Virgen estuviera dentro de mí. ¡Qué felicidad! ... Prefiero la locución antes que las apariciones, porque en la locución la tengo en mí misma. ¡Ay! ¡Qué feliz, con la Santísima Virgen en mí! ¡Y qué vergüenza, ser tan mala! Pero esto es el mundo.» Estas líneas son casi las últimas en el diario -inconcluso- de Con– chita. Ellas nos hablan suficientemente del nuevo 9 fenómeno, que vino a suplir y continuar las apariciones; se distinguió de éstas no sólo en cuanto a realidad y contenido, sino también en cuanto a frecuencia: las locuciones se dieron muy pocas veces. La primera, de la que habla Conchita en esas líneas, tuvo lugar en marzo de 1963, empezada ya la cuare§ma; y pasó un mes antes. de que se produjera la segunda. «Al cabo de un mes, he vuelto a oír esa voz de felicidad interior, sin palabras, en la iglesia» (Diario, página 64). La adoles– cente -acababa de cumplir catorce años- estaba viviendo entonces una temporada de especial fer·vor. En la citada carta de Maximina, del 11 de febrero, se lee: «Conchita, como esté en casa (es decir, como no tenga que andar con las labores del campo), pasa casi todo el día en la iglesia; por la mañana va allí a rezar un rosario y unas mujeres van con ella; a la tarde va y pasa allí lo más de la tarde... No sabe lo que es aburrirse... El otro día le dije yo: "¿Qué quieres más, divertirte o estar en la igle– sia"?, y me dice: "Las dos cosas me gustan mucho"» 10 • 8 Plácido Ruiloba, el comerciante de Santander, capital, que ha salido ya más de una vez en esta historia. ' «Nuevo» en el proceso de Garabandal; pero ya muy antiguo en la marcha histórica de la espiritualidad cristiana. 'º Respuesta humanísima y sincera que deja bien patente cuán «normal» era Conchita. ¿A qué muchacha de 14 años no le gusta divertirse, abriéndose al mundo y a la vida? El mérito está en saber renunciar, en ocasiones, a las ganas de di– versión: por motivos superiores, para atender a cosas que valen más, aunque gusten bastante menos... También aquí entra de lleno el axioma teológico de que «la Gracia no destruye la Naturaleza, sino que la perfecciona».

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