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480 la Virgen parecía haber querido vivir en la remota aldea, mezclándose día y noche con aquellas pobres criaturas, que eran «sus hijos»: las «niñas», los habitantes del lugar, los innumerables forasteros ... Venía ahora el paréntesis, que ya hemos dicho; largo paréntesis, que se mantiene durante todo 1963 y todo 1964. Las niñas y sus adictos han de vivir casi exclusivamente de recuerdos y de esperanzas: recuerdos de tantas cosas que fueron, esperanzas de muchas otras que podrán ser. Y de momento, durante semanas, lo que reina es el desconcierto. Ya hemos hablado de él en el último capítulo de la segunda parte; pero aún hemos de añadir algunas pinceladas. El 13 de febrero, Conchita escribía al señor cura de Barro, don José Ramón 1 : «Acabo de recibir su carta, cuando ya me pongo a contes– tarla,· es verdad que en el pueblo hay ahora un ambiente muy distinto del que había cuando usted andaba por aquí: no cree casi nadie. Mi mamá, nada; mi tía Ma.ximina, tampoco. Y así, todo el pueblo ... A mí lo mismo me da, que yo, como la vi (a la Virgen), no me van a hacer creer lo contrario. Del milagro, yo estoy como usted: esperándole ... » Lo que dice de Maximina era verdad 2 , mas parece que la buena mujer, en sus adentros, ya se iba recuperando, pues en esas mismas fe– chas escribía ella a la cuñada del doctor, doña Eloísa de la Roza: «Por aquí, mientras no vuelvan a verse apariciones, no hay nada de parti– cular. Yo llegué a dudarlo todo, por completo; pero hoy estoy ya otra vez convencida de que aquí algo hubo... » La crisis del desconcierto alcanzó también a las niñas, según queda dicho 3; pero también ellas se recuperaron pronto, a tenor de lo que escribe Conchita en su diario, página 63: «Ahora Loli y Jacinta han vuelto a la realidad, a creer que sí vieron a la Santísima Virgen. Claro, ¿cómo no lo van a creer?» Esto las llevó a un nuevo estado de ánimo y a una mayor unión. Dice Maximina en la carta citada: «Ya sabe usted, con todos los líos que hubo entre las crías, pues ellas están ahora animadísimas; se las ve, al parecer, que se quieren. Por aquí pasan en este momento corrien– do tan satisfechas y tan contentas.» ¿Cuánto duró esa recuperación plena de las videntes? El 7 de mar– zo, nuevamente escribe Conchita a don José Ramón; empieza dis– culpándose por la tardanza en contestarle y le dice: «Como ahora no veo a la Virgen, pues no sé qué ponerle. Han venido algunos Padres por 1 A quienes vienen siguiendo nuestra historia tiene que resultarles harto familiar el nombre de este cura asturiano, citado tantas veces. 2 Sus cartas de entonces a la familia Pifarré reflejan elocuentemente su desen- canto y su pena: · «Querida Asunción: aquí me tienes, cargada de penas y disgustos.. . » (11 de enero). «Recibí tu carta, y me da una pena tremenda escribirte, por no decirte lo que siento.. . A mí se me hace que aquí no ha habido nada de Dios, yo no sé lo que sería... Ya te dije en otra carta lo que ocurrió con Loli y Jacinta, que ya hace mucho que na tienen aparición; pues ahora resulta que no la tiene tampoco Conchita, hizo ya ocho días. ¿Tú crees que la Virgen se va a ir sin decir nada? Se les fue la aparición; pero ellas no saben si volverá. Yo no creo nada, lo que es nada, y aquí ya no hay ninguno que crea... » (28 de enero). 3 Véase el capítulo último de la segunda parte.

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