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Se fue con prisas a ta montaña 463 vida; mas para quienes las tenían ya metidas, desde hacía tiempo, en la rutina de su vivir, y sentían acumularse el cansancio noche tras noche ... * * * Como ayuda para entender aún más lo penitenciales que eran las noches de Garabandal en aquella estación, quiero copiar parte de una carta de Maximina a doña Eloísa de la Roza Ve~arde, cuñada del doctor Ortiz (22 de noviembre): «El sábado subimos a los Pinos, rezando el rosario, a todo llover... Luego fuimos al cementerio, y allí nos metimos en el barro hasta las orejas. El domingo, lo mismo: subimos a los Pinos, estaba todo cubierto de nieve, rodaba la gente como nada, pero ellas ¡subían tan bien! Luego bajaron de espaldas y de rodillas, por toda la nieve y por donde más escajos había; luego, al cementerio, bajo granizadas y mucho viento... El martes, lo mismo, y por los mismos sitios. El miércoles ya estaba mejor noche, pero con mucho frío ... » El doctor Ortiz me ha confiado lo que le contó a él la hija de Tiva (Primitiva), vecina de Garabandal: «La noche del día 1 de diciembre (1962) yo estaba con mucho dolor de muelas, por lo que no me había acostado. A eso de las tres de la madrugada, sentí ruido en casa de Jacinta: miré y vi salir a la niña en éxtasis, con una noche infernal de frío y agua. Me dio pena, y bajé a acompañarla; en el momento de llegar, salía de la casa María, su madre, de muy mal talante, y diciendo: "Lo que es, otra noche como ésta no me la vuelves a dar. Ya trancaré bien la puerta... " Por la calle nos encontramos a María Dolores, también en éxtasis, y completamente sola. Yo fui entonces a avisar a su madre, Julia. Se juntaron las dos niñas, y nosotras tres, detrás. Nos subieron :r:or dos veces, rezando el rosario, a los Pinos; recorrimos como de costumbre el pueblo ... La noche era de verdad infame, y a María no se le pasaba el mal humor; Julia trataba de calmarla: "Mujer, ¿qué le vamos a hacer? Son cosas de Dios... Hoy tengo que consolarte yo, otras veces me has consolado tú a mí... "» Del aspecto penitencial que habían adquirido aquellas «encantado– ras» veladas de Garabandal, no puede dudarse. Conchita escribía a don José Ramón, el cura de Barro, con fecha 29 de noviembre: «Acabo de recibir su carta, cuando ya me pongo a contestarle, aunque ahora no pensaba escribirle, porque ¡tengo un sueño... ! Ayer tuve dos aparicio– nes, y la última a las cuatro de la madrugada; así que no he dormido nada.» No es extraño, que alguna vez tuvieran las niñas algún pequeño desahogo como el que escuchó don Luis Nalias a la misma Conchita: ¿Por qué no me has dejado cenar? Antes me quitabas de dormir, ahora también de comer. En el cielo, claro, no se necesita comer, ¡con ver a Dios! ... Pero yo, como no veo .a Dios, necesito comer. La penitencia alcanzaba, ciertamente, a las afortunadas. videntes, por lo que resultaba milagroso que no afectara para nada a· su estado de salud fisiológica o psíquica. «Me sorprende en las niñas -escribía el doctor Ortiz a finales de noviembre- que, a pesar de pasar sin dormir
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