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462 mado con una belleza luminosa, supraterrestre; su rostro, naturalmente agradable, tenía ahora una nueva finura, como si una especie de luz interior le penetrase; toda ella parecía no ser otra cosa que amor ten– dido hacia Quien arrebataba su mirada. Sin embargo, su cuerpo se había vuelto tan pesado, que uno de los presentes, hombre fuerte de verdad, fue incapaz de alzarla del suelo, por mucho que lo intentó tomándola por los sobacos. »Fue ella quien se levantó poco después, muy ligera; con el crucifijo que tenía en la mano se santiguó a sí misma, haciendo un majestuoso signo de la cruz; levantó luego el crucifijo para que lo besara la Vir– gen, y después nos lo fue dando a besar a cada uno de nosotros. »Salió de la cocina y subió. al .piso de arriba, donde dio a besar a la Virgen una estatuita del Niño Jesús de Praga, y de nuevo volvió a bajar. ¡Era impresionante verla descender por· la empinada escalera! Con la mirada prendida en lo alto, sin poder darse cuenta de lo que tenía a sus pies, ella iba bajando escalón tras escalón con un aire de majestad, que bien podría llamarse "porte de reina". »Cuando cesó la aparición, la niña se acercó a una de las asistentes 20 y le dijo: La Virgen me ha dado un mensaje para ti. Fue en busca de una estampa y le escribió en ·ella unas líneas, que... correspondían exacta– mente a ... las preocupaciones internas de la extranjera, preocupaciones que la niña no podía de ningún modo conocer.» («L'Etoile dans la Mon– tagne», número 13.) Encanto y penitencia Los mismos franceses a quienes debemos estos relatos nos ayudan con una breve información a entender mejor cómo se vivía e.n Gara– bandal su extraño misterio por esas fechas de noviembre de 1962: «Cuando, por las "llamadas", se esperaba la visita de la Virgen, ni las niñas ni sus padres se iban a la cama. Nosotros hemos pasado varias de estas velas nocturnas en ·casa de Conchita, con su madre, Aniceta, su hermano Serafín y algunos visitantes ... ¿Quién podría decir el encanto de semejantes "veladas"? Eran únicas estas noches de espera, en que se pasaba el tiempo entre plegarias, cánticos piadosos y conversaciones sobre la inagotable bondad de la Virgen, aportando cada uno de los presentes sus propias e inolvidables experiencias ... » Es muy comprensible que tales veladas resultasen todo un «encanto» para quienes las vivían como una aislada y sorprendente novedad en su madrugada, yo le dije a la niña: "Podíamos rezar el Angelus." Ella me dijo: .. Rézale tú." Nos pusimos de rodillas las tres y yo empecé : "El Angel del Señor anunció a María... " Acabamos el rezo repitiendo tres veces el "Gloria al Padre... " En el momento mismo de terminar el tercer gloria, Conchita cayó en éxtasis.» «Esto mismo ha ocurrido delante de mí por lo menos en tres ocasiones, lo que me hace pensar que el Angelus debe de ser una oración especialmente grata a la Virgen.» '° Creemos fundadamente que se trata de la baronesa María Teresa le Pelletier de Glatigny, gran colaboradora del P. Laffineur.

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