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Se fue con prisas a la montaña 461 «Los éxtasis colectivos que nosotros presenciamos en aquel noviem– bre de 1962, comenzaban después del rosario en la iglesia. He aquí uno: »Salida del templo , la gente iba ya para sus casas, cuando el arroba– miento sorprendió a las tres niñas, Conchita, ' María Dolores y Jacinta. Las tres se pusieron a recorrer el pueblo, cogidas del brazo y llevando cada una su pequeño crucifijo en la mano. Con la cara vuelta hacia arriba, ellas aparecían extrañamente bellas a la luz de las linternas. Absolutamente insensibles a cuanto las rodeaba, sin saber incluso que se movían, ellas caminaban seguidas de los lugareños, que rezaban o cantaban. »Subieron rápidamente a los Pinos... y el descenso fue impresio– nante: ¡de espaldas, por aquellos caminos pedregosos y resbaladizos, con la cara constantemente vuelta al cielo, en constante peligro de matarse! »Llegadas al pórtico de la iglesia, empezaron a dar vueltas en torno a la misma, y de pronto estallaron en un alegre reír, un reír como lumi– noso, parecido a un concertado vuelo de campanas ... Sin embargo, nos– otros nos escandalizamos: ¿cómo podía reírse así en presencia de la Santísima Virgen, aunque fuese una risa tan bella? »Hasta cinco veces volvieron ellas a recorrer el pueblo, arrastrando detrás a la multitud recogida. -Hicieron una estación ante las puertas del cementerio, por compasión, sin duda, hacia las almas del Purgatorio. »Finalmente, después de una última vuelta alrededor de la iglesia, se detuvieron ante sus puertas y empezaron a levantarse la una a la otra, para recibir de la Virgen el beso de despedida y darle también el suyo; cayeron, como al principio, de rodillas -pero con más duro golpe aún-, y súbitamente volvieron a ser las nif.as sencillas y sonrientes que ya conocíamos ; el reflejo misterioso que las transfiguraba durante su éxtasis, había· desaparecido. »Entonces les preguntamos por lo de la risa, que tanto nos había desconcertado. Conchita nos explicó: -Es que la Virgen se echó a reír. -¿Y por qué? -Por lo mal que estábamos cantando. Desde luego, esto era verdad, y nuestros magnetófonos dan testimo– nio de ello.» Si por este relato de los testigos franceses podemos hacernos una idea de lo que eran por este tiempo los éxtasis colectivos, también por otro relato suyo podemos imaginarnos cómo eran los individuales. «Cierta madrugada, al terminar el rezo del Angelus, Conchita (en la cocina de su casa) cayó súbitamente de rodillas 19 • Se había transfor- 19 El rezo del Angelus parecía especialmente indicado para dar paso a la apa- rición. . Ya hemos visto la anotación de don Valentín el día 26 de septiembre: «Cuando a las seis de la mañana un sacerdote -había cinco extradiocesanos- estaba rezando el Angelus, la niña (Conchita) cayó de rodillas en éxtasis... » Y a un día del mes siguiente, octubre, pertenece esta referencia de doña María Herrero de Gallardo: « Yo había quedado sola con otra persona en casa de Con– chita, pues todos los demás se fueron a ver el éxtasis de Loli. Conchita ~speraba impaciente su hora, pues ya tenía dos "!amadas"... Hacia las dos y media de la
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