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Se fue con prisas a la montaña 453 al deben abstenerse de fomentar el ambiente creado, deben abstenerse de acudir a la citada aldea 10 • Con tales disposiciones empezaba el asedio a Garabandal. O tal vez pudiera decirse que ellas venían a estrechar el cerco ya existente, pues desde hacía meses se había montado una situación que tenía no poca semejanza con un estado de «sitio». Los efectos de esta tercera nota episcopal -primera de monseñor Beitia- no fueron, de seguro, como para dejar satisfecha a la Comi– sión; pero sí los suficientes para que se notase ·.ma considerable merma en la afluencia de visitantes o curiosos. Al dorso de una esta;mpita, que tiene la fecha de 25 de octubre, escribía Mari Loli al señor cura de Barro: Viene bastante menos gente que antes áe publicarse la nota del obispado; pero todos los días viene alguno. Y el reverendo don Luis López Retenaga, del seminario de San Se– bastián, consignaba en -su informe redactado dos meses más tarde: «La nota del obispado de Santander del 7 de octubre ha sumido en una extraña confw;ión a muchos testigos oculares de los fenómenos, que habían llegado a la conclusión de que los tales tenían por causa una intervención sobrenatural. Se les ha planteado una lucha interior, donde las conclusiones de su razón deben quedar ahogadas por las exigencias de una vida de fe.» Me parece un poco exagerado el planteamiento de este distinguido sacerdote. Ninguna «vida de fe» nos impone compartir los puntos de vista de una jerarquía diocesana en materias no «defini– das» -en este caso, ni definibles-, donde los 1iversos puntos de vista valen lo que valgan sus razones; a lo que sí obliga una vida de fe, es a atenerse en la práctica a lo que esté legítimamente mandado. Por eso, ni sacerdotes ni fieles tenían · obligación de pensar como su obispo en lo referente a Garabandal; pero sí estaban en la obligación de obede– cerle en las disposiciones concretas que, dentro de sus atribuciones, él pudiera establecer. El caso es que la dura nota episcopal produjo su efecto: por aquellas fechas, en España, el hablar de un obispo era prácticamente como si hablara una voz infalible; un obispo era para la gran mayoría, bastante desmesuradamente, la misma Iglesia. En consecuencia, lo de Garaban– dal quedó en i;ituación de sospechosa cuarentena. Pero, ¿qué importaba tal anécdota? En Roma se encendían ya todos los focos: el acontecimiento católico del siglo iba a empezar. La noche de la gran vela, más o menos expectante, más o menos nerviosa, fue la del 10 al 11 de octubre. No sé si el Papa dormiría mucho. No sé cómo sería el sueño de los muchos que tenían con él una principal responsabilidad... 'º No sé qué de malo temería la curia santanderina para los fieles que subieran allí. Los testimonios que tenemos no son precisamente de daños que en Garabandal sufrieran sus visitantes; véase como muestra la anotación del abogado don Luis Navas correspondiente al viernes, día 28 de septiembre de 1962: «Era un día de niebla baja, a ras de )as montañas, que fue degenerando en lluvia. Por la tarde asistimos al rosario, y el P. Eliseo nos habló de Ja Virgen. Yo en aquellos momentos no envidiaba encontrarme en Lourdes, ni siquiera en Fátima; tenía la sensación de estar bajo la influencia directa, inmediata y maternal de la Señora... » ·

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