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CAPÍTULO IX LAS CAMPANAS DEL ULTIMO CONCILIO Por aquellas fechas de 1962, lo que llenaba el ambiente de la Iglesia Católica -y aun de las otras Iglesias llamadas cristianas- era la cele– bración del Concilio Ecuménico que Su Santidad Juan XXIII había convocado 1 • Iba a ser el «Vaticano ·n», por el lugar de su celebración; iba a ser el más «ecuménico» de todos los celebrados hasta entonces, por el nú- mero y variedad de sus asistentes 2 • • Le precedió una enorme expectación; le acompañó una enorme espe– ranza... Y así, las invisibles campanas del Cor.cilio estuvieron repicando por doquier bastante antes de que las pesadas campanas de bronce de San Pedro lanzaran su sinfonía sobre Roma en la mañana del 11 de oc– tubre 3 • 1 Juan XXIII, después de anunciar públicamente -el 25 de enero de 1959, en la basílica de San Pablo Extramuros- su propósito de celebrar un nuevo Concilio Ecuménico, empezó en seguida con los preparativos, unos preparativos que se pre– veían largos y complicados. Hubo primero un período «antepreparatorio», que duró poco más de un año; después, a partir del 5 de junio de 1960, empezó el «preparatorio», con la puesta en marcha de comisiones, subcomisiones y secretari:tdos. Finalmente, el 25 de di– ciembre de 1961, la Constitución Apostólica «Humanae Salutis» convocaba el Con– cilio para el otoño de 1962. La fecha precisa de apert:.tra quedó fijada poco después para el · 11 de octubre, fiesta de la Maternidad de :\,fa'ría. 2 Alrededor de 3.000 Padres conciliares, obispos en su gran mayoría, acudieron a Roma: hombres de toda raza, lengua y condición. Sin el espectacular desarrollo que las comimicaciones han conocido en las últimas décadas, no hubiera sido posible tan descomunal «encuentro». 3 Ya queda dicho que para ese día estaba señalada la ceremonia solemnísima de la apertura del Concilio.

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