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CAPÍTULO VIII UN MILAGRO EN EL HORIZONTE Si el mes de agosto de este segundo año de Garabandal quedó mar– cado por el especial sello eucarístico que en él pusieron las repetidas comuniones místicas de las videntes, el siguiente mes de septiembre pasará a la historia como el mes de un gran anuncio profético. Lo que ese anuncio situó en la perspectiva u horizonte de Garabandal, viene siendo desde entonces la principal expectación de quienes creen en la verdad sobrenatural de aquellos sucesos. El mes comenzó en forma distinguida. El día 1 era sábado, día ma- riano por consiguiente. · Después del rosario de la tarde, a eso de las nueve -seguimos las notas de don Valentín-. Conchita cayó en éxtasis a las puertas de la iglesia; a los dos minutos entraron en trance Loli y Jacinta; y dos mi– nutos después, también Mari Cruz. Era ya muy raro que «las cuatro» tuvieran éxtasis el mismo día y al mismo tiempo. En la marcha extática, Conchita va sola, Mari Cruz también sola, Jacinta y Loli juntas; un numeroso público las sigue y acompaña. Suben primero a los Pinos, donde rezan el rosario. Continúan rezan– do en la bajada, que hacen de espaldas, y juntas ya, Loli, Jacinta y Conchita; Mari Cruz sigue sola todo el tiempo, que fue para ella de cuarenta y cinco minutos. Van al cementerio.. . Dan vueltas a la iglesia. Todo esto, aunque muy interesante, no tiene especial relieve por entrar en lo que podemos llamar la normalidad de Garabandal. Fue tres días más tarde cuando se produjo una «novedad» de mucha importancia.

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