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432 -¿Y el segundo? -Del Hermano Miguel. -¿ Y el tercero? -JJel Hermano Juan. Esto lo dijo pensando antes un poco, como queriendo recordar. Hemos de advertir que antes del éxtasis le dijimos de una manera rápida nuestros nombres: al preguntarle qué ángel solía darle la comunión, y al contestar ella que San Miguel, aprovecha– mos para indicar el nombre del Hermano Miguel, y a renglón seguido, los dos restantes, para que pidiese por nosotros. -¿Cómo viste al ángel? -Con vestido azul, alas rosa y el pelo un poco largo, con las puntas rizadas hacia arriba. Al decir esto, ella misma hizo el ademán sobre su cabello, para hacer la descripción más gráfica. »Durante la conversación, tanto antes como después del éxtasis, con– tinuamente nos llamaba "Padres". Una de las veces, después del éxtasis, al llamarnos de nuevo Padres, le indicamos que éramos Hermanos. Al oír esto, ella exclamó: ¡Ah! Por eso el ángel me dijo "los Hermanos", y entonces yo le dije que no eran hermanos míos, y el ángel se sonrió. Con esto queda todo aclarado. Comenzamos el regreso hacia el pueblo. Salió otra vez el ·tema de los mensajes : -¿Es grave lo del mensaje para nosotros? -¿Y qué es "grave"? -Pues, que si es bueno o malo. -No, no. Es bueno. -¿Pero nos lo vas a decir de verdad? -Sí, sí. De verdad. »Hemos de advertir que no le dimos nuestra dirección. Al pasar por la pendiente situada entre los pinos y el pueblo, nos dice la niña: Por · aquí, por estas piedras, dicen que bajo de espaldas. Llegados al pueblo, tomamos uria pequeña refección y regresamos a nuestra residencia, dando gracias al Señor por "aquello" que inundó nuestra alta de tanta alegría.» 21 · Conchita llegó a su casa con los tres Hermanos de San Juan de Dios (que todos creían sacerdotes), en el preciso momento en que su madre estaba hablando, en la forma desabrida que ya vimos, con el señor cura de Barro. Tan pronto como la cansada mujer tuvo delante a su " La emoción de aquel lunes de agosto no se esfumó fácilmente en el alma de los tres afortunados Hermanos. Todavía el día 12 de septiembre el Hermano Miguel de los Santos, desde su Sanatorio Psiquiátrico de Mondragón (Guipúzcoa), escribía así a Conchita: «Recordada Conchita: Como es tanta la gente que pasa por ahí, no sé si te acordarás ya del Her– mano Miguel de los Santos. Soy uno ele aquellos tres Hermanos de San Juan de Dios, que el pasado 6 de agosto estuvimos ahí, y fuimos testigos del momento en que el arcángel San Miguel te dio de comulgar. ¡ Qué momentos aquellos! A medida que pasa el tiempo estoy más impresionado cada día con ló que mis ojos vieron... Saludos a tu madre; y dile que todo lo que ha pasado contigo no puede ser de otro sitio que del Cielo. Por algunas cosas que han sucedido, se ve de una manera clara que· por ahí anda la mano de la Santísima Virgen. Esperamos tus noticias.»

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