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430 de los bocadillos, y cuál no sería nuestra sorpresa al oírle contestar: No, que tengo que comulgar aquí. Nos quedamos perplejos e intriga– dísimos. Le preguntamos cómo iba a ser ello. Contestó con la misma naturalidad que al principio: Es que me va a dqr la comunión el dngel, porque no pude hacerlo en la parroquia 20 • Nosotros, entre dudosos y gozosos (porque tal vez íbamos a ser testigos de algo sobrenatural) le preguntamos si tenía seguridad de que fuera a venir el ángel, aunque nosotros estuviésemos allí, y contestó con una seguridad pasmosa: Sí. »Después de esto, continuamos acosándola a preguntas, relacionadas, como es lógico, con sus visiones y cuantas cosas le habían sucedido, y ella respondía con tanta sencillez a todo, que nos dejaba sorprendidos, pues contaba sucesos verdaderamente extraordinarios. Este diálogo duró cerca de hora y media... »Nos hicimos alguna fotografía con ella y los tres ·niños que llevaba. Después hubo unos segundos en silencio, y vimos que ella daba unos pasos hacia el lugar donde habitualmente suele aparecérsele el ángel. Nos dimos cuenta de este alejamiento y uno de nosotros exclamó: "Mira cómo se aleja." Ella lo oyó; nos miró con una sonrisa muy agradable, y dando unos pasos más, cayó de rodillas, dobló la cabeza hacia arriba, formando un ángulo, a nuestro parecer, de unos 60 grados, y juntando las manos en actitud de comulgar, quedó extática. Ante este espectáculo, como por un resorte, dos de nósotros caímos de rodillas, uno al mismo 'º Creo que estas palabras de Conchita son bueria respuesta para el desconcierto que don Valentín apunta en sus notas de este lunes, 6 de agosto de. 1962: « Yo no lo entiendo : la niña ha dicho siempre que er ángel sólo le da la comu– nión cuando no hay ningún sacerdote en el pueblo» {y él había estado allí y cele– brado la misa a las nueve de la mañana, misa a la que Conchita no asistió). Parece obvio que si el ángel venía a dar la comunión en sustitución del sacerdote, lo hiciera no sólo cuando no había ningún sacerdote por el pueblo, sino también cuando, aun habiéndolo, las videntes, sin culpa por su parte, no podían llegarse a la iglesia para utilizar sus servicios. · Sobre lo ocurrido aquel día de nuestra historia tenemos ciertos detalles del señor cura de Barro, que estaba presente: «El señor cura, don Valentín, nos había dado permisó a don Luis L. Retenaga, a otro sacerdote vasco y a mí, para celebrar misa en la iglesia, pero con una condición: que fuese a puertas cerradas. Yo <:elebré después del P. Retenaga y estaba ayudando al sacerdote que celebraba en tercer lugar, cuando se me ocurrió pedir a la Virgen la gracia· de que Conchita comulgara aquel día (era la fiesta de la Transfiguración del Señor); si no podía ir a la iglesia para comulgar de nuestra mano, que le diera la comunión el ángel. Las niñas tenían siempre verdaderos deseos de comulgar y no siempre lo lograban, debido a sus ocupaciones. Mi pe– tición iba dirigida a tener una ·prueba más de la verdad de aquellos hechos.» Don José Ramón cuenta cómo se le arregló la cosa para salir sigilosamente y marchar corriendo a casa de Conchita, y continúa: «Llegué en el momento. en que su madre preparaba -sobre un borrico- los cuévanos en que Conchita debía llevar la comida a sus hermanos, que estaban en el invernal. Pregunté por Conchita, y quedé de una pieza cuando Aniceta me espetó desabridamente: -Ustedes, los sacerdotes, me están echando a perder la niña. Hace "cuánto" que está en los Pinos con unos sacerdotes (acabo de verles asomarse allá arriba) y "cuánto" que ella debía estar ya en camino con la comida para sus hermanos, que buenas ganas tendrán. -Es que yo venía corriendo para decirle a Conchita que si quería comulgar, ahora lo podía hacer, pues estamos tres en la iglesia. -¡ Comulgar, comulgar! Primero es la obligación que la devoción. Así que nada. Ya debería estar ella con la comida en el invernal.»
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