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EUSEBIO CARCIA DE PESQUERA LAS PROFEGIAS DE LA EPISTOLA A LOS ROMANOS Pablo de Tarso, nuestro S. Pablo, tenia una viví– sima convicción de haber sido él llamado, con llama– miento divino, a ser el Apóstol de los gentiles -los no judíos-; pero no tenía menos viva conciencia de su personal vinculación al pueblo de Israel (2.ª Cor. 11, 22; Gal. 1, 14). El mundo de la Gentilidad había alcanzado por entonces una formidable realización política: el Im– perio Romano, y contaba con una capital indiscuti– ble: Roma. Al escribir Pablo su larga epístola a quie– nes en la Ciudad Eterna formaban la comunidad de «los de Cristo» -gentiles y judíos-, percibía segura– mente lo que aquella enorme ciudad, auténtica 'cosmó– polis', suponía ya frente a, Jerusalén en la nueva Hora de Dios. Jerusalén quedaba evidentemente marginada, de verdad 'abandonada' (Is. 62, 4), dejada de la mano de Yahvé, vaciada de su enorme peso y significado religioso («Vuestra ca.sa quedará desierta», había dicho Jesús antes de ser sacrificado); y bien pronto sería hasta materialmente arrasada, para ser suelo hollado por la planta de los gentiles (Le. 21, 24) ... , verdaderamente convertida en «la abominación de la desolación»: sin santuario, sin culto, sin sacerdotes, sin profetas, sin maestros de la Ley. -110-
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