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90 FR. EUSEBIO GARCIA DE PESQUERA fuerza de mis dieciocho años ... Pero no se crea... , yo estoy se– gura de que mi afecto era del todo limpio, y por eso, tanto más desinteresado: sólo deseaba su bien. Y aquí estaba precisamente la más honda raíz de mi sufrimiento. Pronto me di cuenta de que estaba completamente alejado de la Religión: no debía de creer en nada, y llegué a entender, sin que yo me pusiera a hacer averiguaciones, que su vida no andaba por muy buenos oaminos... ))Sólo Dios sabe lo que yo empecé a sufrir con todo esto. Y digo que sólo Dios lo sabe, porque ningún ser humano ha re– cibido de mis labios la más pequeña confidencia hasta este mo– mento en que usted lo oye. Pasé días atroces, pensando y tra– tando de salvar a aquella alma tan querida. Casi no podía estar a su lado durante las horas de oficina, porque me ahogaba la pena ; y quizá debido a este estado de ánimo, no acertaba yo a salir airosa cuando se suscitaba alguna disputa sobre Religión y ansiosamente me ponía a buscar razones y palabras con que po– der romper la orgullosa frialdad con que él desdeñaba nuestras creencias. Y o casi siempre terminaba nuestras conversaciones oon los ojos nublados de lágrimas ; él entonces me dedicaba unas palabras muy cariñosas, y cambiaba inmediatamente de conver– sación, ))Mi desconsuelo iba en aumento por semanas, al ver la este– ri,lidad de mis esfuerzos por salvar a quien tanto quería... ; y en mi impotencia, no hada más que rezar por él y ofrecer a Dios sacrificios grandes y pequeños: llegué a ofrecer incluso mi vida ; mas, al parecer, inútilmente ... ))Un día, cuando yo estaba ya llegando a un estado en que casi no podía más, él se me mostr6 más cariñoso que nunca (des– pués de una breve disputa sobre Religi6n que había hecho aso– mar las lágrimas a mis ,ojos): me tomó suavemente la mano, y empez6 a decirme: «No creo en la existencia de los ángeles; pero si es que existen, tienen que ser de seguro como tú.)) Y o no me daba casi cuenta de lo que hacía porque estaba aturdida de des– consuelo ; pero cuando él llevó su mano a mi cabeza y empez6 a acariciarme el cabello, reaccioné de súbito, y con violencia. me aparté de él de un salto y le dije con una voz extrañamente dura: «Pues yo creo en la existencia de los demonios, y aunque

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