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78 FR. EUSEBIO GARCIA DE PESQUERA realizando lo más perfectamente posible nuestro personalísi~o e intransferible quehacer es como mejor ayudar,emos a la obra común, obra grandiosa que trasciende al tiempo y al espacio. Las posibilidades de unos y de otros varían en escala inabarcable; además, cada uno tiene «su maneraii de trabajar, y cada uno tiene ccsu grnciaii, como dice San Pablo (I Cor., VII, 7)... Lo cual significa que ,para Dios pueden ordenarse activa y •eficazmente los modos de vida más dispares: desde e,l cardenal al barrendero, desde la monja contemplativa de clausura hasta la muchacha que va haciendo su manicura de domicilio en domicilio. iiLo que importa es que estemos bien convencidos todos de que Dios nos pide (<algo», de que algo representamos para la suerte de otras almas, de que pesamos algo en los destinos del mundo. Y no es cosa poco seria saber que el fracaso o éxito de nuestra vida pende de lleno de que acertemos a cumplir o no la misión que Dios nos haya encomendado. llAhora comprenderéis en toda su hondura la razón de eso que tantas veces se repite: «Hay ,que aprovechar el tiempo.¡i Sí, aprovechar el tiempo y la vida ; mas no para echarse de bruces a sorber vorazmente sus •escasos •placeres, que es lo que muchos quieren significar con tales palabras, sino para dar a Dios y a su causa todo lo mejor que tengamos: juventud, fuerzas, entusias– mo e i1usi6n... No estamos en la vida para pasarlo bien, sino para «pasar haciendo bienll, como Jesús (Act., X, 38), recogie:ido para El y <<sus almasll las mejores flores de nuestro camino. Si esto no hacemos, ¿ para qué servimos? ¡Sobran existencias in- útil.es ! ll · Las últimas expresiones, dichas con brío cálido y cortante, dejaron como un temblor de impresión en no pocas de las que escuchaban. ¿Faltaba todavía algo para completar la lección? A cualquiera se le hubiera ocurrido, y el P. Fidel lo tenía muy en cuenta: faltaba explicar cómo •en la práctica se había de ir realizando aquello para lo cual acababa él de incitarlas tan reite– rada y vigorosamente... Pero eso, eso, .quedaría para otra tarde. No había que empachar aquellos espÍritus con raciones excesivas de pan doctrinal. Así, pues, el P. Fidel de Pañacorada dedicó el último cuarto de hora de la reunión a inculcar en sus queridas jóvenes la im-
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