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TEMPORAS DE PRtMAVERA 103 recoleto j,ardín conventual se,guia siendo casi ;pe:decto... Asom– brado qued6 de ;pronto el P. Fidel ante la ,extraña resonancia que obtuvo en el recinto una leve tos escarpada maquinalmente de su garganta. Se dió cuenta eni:ónc,es de que hasta sus mismos pasos, tan lentos y suaves, resonaban extrañamente. ¿ Por qué no decir allí con sonora voz humana una palabra honita que sobre las flores semicerradas y frente :a los pájar~os dormidos y bajo las es.trellas que se encendían fuera ,como la más alta ex– presión y consagración de aquel silencio sin igual ? Se acordó er..tonces de haber leído que los tres videntes de Fátima, ya antes de haber visto a la Virgen, tenían ,como entr,ete– nimi,ento iillU'.f querido el gritar muchas veces el nombre de María par.a ,que el eco se 1o devolviera. Jacinta, Lucía y F~andsco des– cubrieron una· buena mañana, ,en su vagar con el ,ganado por la Cova de Iría, que los montes iban repitiendo misteriosamente 1as palabras que ellos gritaban. Desde entonces se ,convirtió para ellos en un juego muy div,ertido ,el llamarse a gritos desde di– versos puntos y escuchar al cabo de unos segundos cómo ],a misteriosa garganta de los montes decía limpiamente sus nom– bres propios, aquellos sus nombres personales que les pertenecían tan por entere•, ,?ero un día se dieron cuenta de que era el nom– bre de María el que más limpia y bellamente r,epetían los ecos de los montes; y en adelante «María, Marí,a, Mmía... >> salía -con freüuencia y duante 'largos ratos de su boca para ,escucharlo luego doblado por el eco, con fo que el nombre de la más alta criatura se iba esparciendo y como posando bienhechor.amente sobre las pobres cosas de .Ia tí,erna. Si el P. F:.del se hubiera atrevido a gritar, perturbando el si– lencio proipio de una ,gran ,casa reli,giosa, su grito hubiese lan:z¡ado a los senos del espacio el nombr,e de la Madre de Dios... , ,porque ningrÚn otro ncmbre podía ser tan legítimamente ,canbado en la noche últimc. de mayo y en eil jardín de una mansión fran– ciscana. La discreción puso su ,r,egular peso ,en los labi,os dd Padre para no dejarle vocear ; pero d alma cantaba libremente: <tEs más dulce tu nombre, María... »

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