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102 FR. EUSEBIO GARCIA DE PESQUERA ¿ Y el frullo? Tampoco esto era propiamente de su incum– bencia. Por otra parte, resultaba bastante ,prematuro el ponerse ya a echar cuentas sobre el fruto de una tan humilde como ilu– sionada sementera que no se había hecho más que empezar. Tenía, sin embargo, una pequeña noticia que le llenaba de sa– tisfacción ; una pequeña noticia recibida pocos días antes : ((Azucena», jov,enzue,Ia de dieciocho años que acababa de estrenar su título de Maestra Nacional cuando él empezó sus reuniones de los jueves con las chicas terciarias, había tenido una ocurrencia apost6lioa que hubiera Henado del más entraña– ble gozo ,al mismo S. Francisco. EHa había oído en la reunión última de abril aquello de que a semejanza de los árboles fru– tales, que antes de dar su logrado fruto ofrecen ,ya a la tierra la lluvia perfumada de sus pequeños péta,los, ,así debían las jó– venes cristianas ir haciendo una ,pequeña siembra de virtud y de bien por los caminos de su vida... , y trató de llevarlo a la práctica de Ia manera más literal y encantadora. Aún no tenía escuela :propia, pero durante varias semanas hubo de ir a suplir a su madre en la escuela de un pueblecito próximo a la capital, y se puso a ,ccsembrar» repetidamente de ,papelitos el camino que hada desde la estación al pueblo. Iba al pueblo por la mañana, 'Y regresaba a su casa de León ,por la tarde. La hora de sembrar solía ser la del recorrido de la mañana ; por la tarde se imponía ,el trabajo de preparar su sementera, escribiendo en numerosos papelitos frases escogidas del Evangelio, o cosas que también se le ocurrían a ella, o pensamientos -entresacados de libros buenos... Sobre ,el polvo del camino irían 1 luego c,ayendo disimuladamente aquellos papelitos al ,paso de ánge,l de ccAzu– cenan : ella estaba segura de que no ¡pocos de los que :pasaban a diario por allí recoged,an por curiosidad los pa,pelitos que en– contrasen, los leerían, y ... ¡ quién sabe! Dios puede servirse de .cualquier cosa para llevar la luz a un alma. El P. Fidel se había enterado no sabía cómo de la ocurren– cia de la maestrita, y estaba sencillamente emocionado por el espfritu que 'l"evelaba. El frente de sombras de la noche avanzaba desde el Este. Yra algunos luoeros especialmente brillantes iban poniendo la gala de su luz en el firmamento semioscuro. Y el siilencio del
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