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150 Después de la Misa, mientras los cohetes y las campanas alegraban los aires de aquel rincón de la selva ribereña del Orinoco, regresaron todos a la casa de las Hermanas, y allí recibieron la enhorabuena de sus compañeras que lloraban; unas de alegría; otras de dolor porque se les iban sus compañeras; otras de envidia y otras sin saber explicarse la emoción produ– cida por el fausto acontecimiento. Trascurrido el día en un ambiente de entusiasmo y satisfacción, se despidieron los recien casados. E l Padre Superior, algunas Hermanas y unos cuantos ni– ños y niñas los acompañaron a sus nuevas acomoda– das casitas. El Padre Gaspar las bendijo y les dió po– sesión de ellas, entronizó la imagen del Sagrado Co– razón de Jesús, terminando así aquel _dichoso día, en que los Misioneros vieron coronados los inumerables sacrificios que se impusieron, para llegar a la meta, en obra tan meritoria y patriótica ( 44). Y el Padre ·Santos de Abelgas ¿ qué hace en esos momentos? El Padre Abelgas, principal actor de esta Obra, que con sus. propias manos ha amasado el ba– rro para las casitas, y ha cargado sobre sus flacos hombros el material de construcción, presenció algu– nos matrimonios, antes y después del año 1933 ; pero los que se celebraron este año, pasaron para él, no de- · sapercibidos, porque llevaba en su corazón de Padre bondadoso a aquellos indígenas, mas no pudo asistir a los mismos, por encontrarse enfermo en Caracas. En dos cartas escritas desde Araguaimujo, una al R. P. Florentino de Riaño, Superior de los Capuchi– nos de la Merced por aquella época, y otra al R. P. Victorino de San Martín de residencia también en las (44) . Padre Alvaro de Espinoza, cr. el .Mensajero Serófi.c:o, año 1934, pág. 277-310-342.
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