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. 132 po atrás. De hecho, a los quince días de su arribo, llegó la primera indiecita interna; luego cinco más... veinte, cuarenta, cien; todo un enjambre de abejibu guaraúnas que emulan los esfuerzos de sus compa• ñeros, los del otro Internado, para civilizarse y pre– pararse, con el fin de ser, en un mañana no lejano, dignas esposas de quienes las habían precedido en el abandono del simbólico "guayuco", para ostentar el uniforme de colegiales civilizados. El establecimiento de ambos Internados hacía ver al espíri:u previsor del P. Santos cómo aumentarían los gastos y, por lo mismo, la necesidad de multiplicar }os medios de subsistencia para dar, a aquella empre• sa civilizadora, una marcha progresiva que culminara en la fundación de un pueblo, a base de futuros ma• trimonios celebrados entre los indígenas educados en la Misión; único medio de evitar la esterilidad de los inmensos sacrificios, que se imponen Misioneros y Mi– sioneras . en la reducción de los aborígenes. Por eso, habiendo quedado una temporada al fren– te de .la Misión, por ausencia temporal del otro P. Mi• sionero, aumentó la agricultura con la siembra de maíz en bastante cantidad, con el plantío de 1.500 plá, tanos, 4.000 matas ele cacao, 4.000 ocumos y muchas semillas de caña dulce, todo a costa de grandes sacri• ficios y sudores del abnegado Misionero. . Pero estos trabajos: agrícolas no le impedían aten– der ?, la escuela e impartir a los internos la instrucción religiosa. que ya entendían a maravilla. "No puedo re– cordar sin ciert_o género de sentimiento, escribe a este propósito el P. Abelgas, que cuando les estaba instru– yendo acerca de la necesidad del bautiSl:mo para ir al cielo, diciéndoles que, el que moría sin él, no podía gozar de Dios, me interrumpió uno de los niños, y con lágr imas en los ojos, preguntó: Pues si así es ¿ donde estru-á allora mi padre que murió sin ser oou-

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