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127 --Cómo no, Lucas. . . Lo tienes a la orden, al igual que las otras cosas que hayan quedado. ---Desenrrollé el tabaco y lo füí picando en trb• zos d.e a cuarta, dos cuartas, tres cuartas ... , y lo pu– se a la vista para que los indios lo desearan. Momen• tos después se acercó un indiazo con guayuco de cor– teza de palo, fantoche y valentón, y se puso a . mirar el tabaco, que por lo visto no le disgustaba, ya que , señalando uno de los trozos, me dijo: --¿ Por qué no me lo das? --Cuanto quieres por ese guacamayo ? --.Un fuerte. --Mira que es para el Padre, que os ha venido a visitar y os ha regalado tantas cosas. ¿ No me fo das por menos? --Vale un fuerte. - Está bien: ¿Qttieres el tabaco? --Sí que lo quiero. -Vale un fuerte también. Si me das el guacama- yo, te daré el tabaco. · -Bueno, pues te doy el guacamayo; dame tu an• tes el tabaco. -Le doy el tabaco. . . y él huyó a esconderse entre los demás indios sin darme el guaca.muyo. En– tonces se me subió la sangre a la cabeza, y. . . lo que tenía que suceder. El Padre Santos, que se dió cuenta, todo acongojado, se acercó a mí, y me dijo: "Ten cui– dado, Lucas, con esos arrebatos; mira que estamos en Mariusa, y estos indios son muchos cientos". Al fin, t.•mprendimos el viaje de regreso. Ef Padre venía pen– sativo y muy preocupado. --- ¿ Todavía perdura el susto del indio del gua– camayo? --l\fira, Lncas; me entristece el estado deplora– ble de estos pobres salvajes, y vengo discurriendo la manera de poder hacer algo por ellos. ;, Has visto que 110 se diferencian casi nada de los irracionales? ·
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