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119 tituían la segunda los que ya leían algo. A la tercera pertenecían los que sabían sumar y restar, leer con facilidad, escribir con bastante corrección, y dar sus lecciones de geografía e historia patria, y el primer curso de gramática castellana. El funcionamiento y progreso de la escuela y del Internado, no impidió a los misioneros hacer frecuen– tes excursiones entre los indios de otras rancherías, ya para enseñar a los mayores los rudimentos de la fe, ya para recoger los pequeños y llevarlos al Internado. En las salidaf:i del P. Luis quedaba el P. Santos al frente de todo. Y cuando_el P. Abelgas hacía las expe– (,liciones, que era lo más frecuente, entonces el Padre Luis llevaba la dirección. Referente al Padre Santos sabemos que en marzo de 1926 visitó las rancherías de Jereina, Jobaca, Nabasanuca, Momeo; Borojoida y Yoricajamana; en todas ellas predicaba, como el S.e• ñor le daba a entender. . . , Tuvo, en esta v.isita apostólica, el consuelo de en– contrar, en la ranchería de Cuamujo, un grato recuer– do de sus anteriores jiras, a saber: que los indios, es– pecialmente el capitán, conservaban todavía las me– dallas que les había regalado, dos años antes, ·al pasar por dicha rancheria, las cuales estrechaban contra el pecho y se las aplicaban a los enfermos. cuando se veían aquejados por dolencias y calamidades, con la firme convicción de encontrar en ellas el remedio ap,e– tecido. Como el P. Ahelgas tenía muy presente el género de predicación del divino Maestro, y recordaba que el argumento de las parábolas lo constituían elementos conocidos perfectamente del auditorio, procuró en sus explicaciones, acomodarse a la capacidad de los indí– genas; para' lo cual, sacrificó muchas veces la exacti~ tud de la expresión a la claridad de los conceptos, ha-

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