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116 lace, llegó el Padre Ahelgas. El misionero acariciaba la idea de que los indios que ya llevaban bastante tiem• po unidos y además tenían hijos, no se separaran, para que, convenientemente instruidos en las verdades re– ligiosas, ratificaran el matrimonio, como lo hace todo fiel cristiano, recibiendo así el Sacramento. Persuadido el Misionero de que aquella reyerta tenía más de cómica que de realidad, trató de recon- . ciliarlos, reconociendo en ambos contrincantes su po– co de razón y su parte de culpa, para lo cual les re– cordó los mútuos deberes y los derechos correlativos. "Dirigime a él, dice el Padre Abelgas, y le dije que 1 aunque ella no debía de haber salido del rancho sin su permiso, me parecía sin .embargo que no era aque– llo motivo para maltratarla, y que ella no volvería en adelante a salir de su lado sin ·pedirle primero permi– so". Una de las actividades a que prestó mayor aten– ción nuestro celoso misionero fué, a impartir la posi– ble instrucción a los indígenas, pequeños o mayores, que se acercaban a la Misión, con el fin de poder admi– nistrarles el sacramento del bautismo. Habían ya transcmrrido dos meses y medio desde su llegada a Araguaimujo, y tenía preparados seis indiecitos para regenerarlos el día de la Ascensión del Señor. Conv:en· cido de que el P. Luis tendría especial satisfacción en bautizarlos, bondadosamente le cedió la vez. "Tuvo el P. Luis particular gusto en administrarles las aguas re· generadoras del bautismo, porque eran los primeros indios guaraúnos que bautizaba. Y su contento subió de punto al ver aquí reunidos buen número de indíge– nas, pues, parece que en alguna parte le habían infor– mado que apenas había indio.['l en .el bajo Orinoco" (41). (41 ) . Padre Abelgos, Fu:-.dación de Araguaimujo.

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