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112 quería abandonar a su mujer por un chism.e que, acer– ca de ella le habían metido. Procuré cuanto me fué posible apaciguarlos · y reconciliarlos; y tuve más tar– de el consuelo de saber que no la había abandonado, siguiendo n'lis con.sejos, y vivió con ella hasta que se le murió", Iba en otra ocasión el misionero a otro ranchito, pero antes de llegar percibió ayes lastimeros de una criatura que lloraba sin consuelo. Se acerca entonces al rancho, y vió un cuadro por demás doloroso para su tierno y caritativo corazón: "Ví al llegar, dice el Padre Abelgas, una. india que tenía en los brazos a una hijita_ suya, con una monstruosidad tan grande, que hubiera sido capaz de mover a compasión al cora– zón más insensible. Tenía, la pobrecita, la cabeza hin– chada y con una carnosidad junto a un ojo, la cual le manaba pus sumamente hediendo. Su madre le tenia envuelta fa cabeza con una porción de trapos tan su– dos que no podían hacer otra cosa que aumentar la infección", Aunque el Padre Sa.ntos carecía de medios, pro– puso a los padres de Ia criatura llevarla a Tucupita. para que la operara el Dr. RevoUo y salvarle así la vida. Después de exponerles sus razones, pudo con– vencerlos, y bautizada 1a niña por él, llevando una carta de recomendación para el Dr. y otra para los Padr.es de Tucupita, marcharon los progenitores, se operó a la niñita, a su regreso la siguió cuidando el misionero, y :se salvó aquella vida, qu€ se extinguía, a los primeros hálitos de su existencia. Natu:r8Jmente inclinado el hombre a vivir en so– ciedad con :siIB semejantes, tienen que ser le duros ·el aislamiento y la soledad. Esta fué precisanHmte la si– tuación de nuestro misionero por espacio de dos meses; , la incomunicación y la soledad fueron sus insepara• bles compañeros durante ese tiempo, debido a que la
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