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94 que parecían unos muñequitos, muy estrambóticos por cierto, y otros objetos raros de su falsa religión, de los cuales no quieren desprenderse por nada de este mundo. Tuvo también ocasión de ver algunos piaches, adivinos o brujos, que .con sus extrañas y misteriosas prácticas embaucaban a aquellos infelices. Aprovechó el Padre Santos la ocasión para le– vantar un alta! al Dios verdadero, pues logró del ca• pitán que asistieran unos quinientos indígenas al Rosa– rio y a la santa Misa que allí repetidas veces celebró. Durante tres días les explicó los rudimentos de nues– tra Religión, valiéndose del capitán y de los guasira– tos, que para los pobres indios son verdaderos doc– tores. Por fin, el último día de su permanencia entre aquellos pobres paganos, bautizó a unos cien, unió con los lazos del matrimonio a doce parejas, ;;¡ repar– tió entre los presentes cazabe (pan de yuca amarga), papelón (azúcar sin refinar), medallitas y estampas, recomendándoles insistentemente que abandonaran aquellos dioses, que nada son, nada valen y nada pue– den. Como fruto de sus exhortaciones consiguió que le dejaran colocar una imagen de la Divina Pastora en el lugar mismo en que, hasta entonces, daban culto al más importante de sus ídolos. Y en aqueUa. selva virgen resonaron los ecos de invitación al r edil de· Cristo, por mediación de su Madre Santísima, la dulce Pastora de las almas: Al redil os llama, errantes ovejas, vuestra tierna. Madre, la Pastora excelsa. Aunque la humildad, profundamente arraigada en el co:razón del infatigable Misionero, le inducía a ocul– tar los triunfos y los sacrificios de sn apostolado, pe-

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