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como en Adán hemos muerto todos, así también en Cristo habrá para todos nueva vida. Pero en el res:,,tcitar, cada uno tiene su hora: el primero, Cristo; luego, los de Cristo, cuando El vuelva» (1 Cor., 15, 20-23). El inefable misterio de la RESURRECCION está en la misma perspectiva que el no menos inefable de la ENCARNACION. «El Verbo se hizo carne» para llevar a esta po– bre y mortal carne nuestra al triunfo de la Vida en plenitud: «Convenía de verdad -dice un extraordinario texto de Ia Epístola a los Hebreos, 2, 10- que Aquel que es principio y fin de todo, para mejor llevar a la gloria a una multitud de hijos, condu– jese a través de sufrimientos, hasta la suma per– feciór:, al que había de realizar tal empresa». Toca actividad de evangelización o de cateque– sis debe tender a suscitar y vigorizar las tres vir– tudes teologales, que están a la base de toda au– téntica relación personal con Dios. Como en cada una de esas tres virtudes hay una sustancial di– mensión de futuro, ellas sólo podrán ser vividas a fondo desde una tensión de espera. Por eso, la actitud expectante es consustancial al cristiano. La expresión fundamental de nues– tra Fe, el Credo, despliega ante el espíritu hechos salvíficos pasados, nos asegura de misteriosas realidades presentes y nos conforta con la pers– pectiw de lo mejor, que aún está por venir: «Creemos que de nuevo vendrá con gloria ..., y su Reino no tendrá fin. Esperamos la Resurrección de los muertos y la Vida del Mundo Futuro. Amén.» 347
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