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ciendo: "Al que está sentado en el trono y al Cordero, la bendición, el honor, la gloria y el imperio por los siglos de los siglos"» (Ap., 5, 8-13). Todo el Oratorio de Handel busca darnos en música la grandeza sobrehumana del Mesías, el Ungido por Dios como Rey, Profeta y Sacerdote sobre todos los reyes, profetas y sacerdotes, el Esperado de los siglos, el Ansiado, el Salvador, el Hijo de Dios hecho hombre, clave de la Histo– ria y culminación maravillosa de todo el proceso creador... , que llegó al extremo de hacerse ¡por todos nosotros! Cordero Inmolado. Oyendo tal Oratorio, especialmente coros co– mo el «Aleluya» y éste de «Digno es el Cordero», se siente un no sé qué de grandeza, exaltación y esperanza, que hace no poco bien al espíritu. Pre– gusta uno ya la maravilla del retorno de Jesús, «con gran poder y majestad, sobre las nubes del cielo». Y yo pienso, que este coro handeliano podía muy píen servir como «marcha» estimulante pa– ra aquella porción de humanidad que quiere y debe rebelarse contra tanta miseria de almas y cuerpos, para ir -en nombre del que vino y vol– verá- a la más grande, necesaria y verdadera de todas las revoluciones: la REVOLUCION DE LOS HIJOS DE DIOS. A tal revolución tenemos que apuntarnos to– dos los que creemos en El. ¿Es que vamos a se– guir consintiendo que continúe así, como letra muerta, la más urgente de todas las órdenes di- 334
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