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que sufren. Creías que sólo pensando en ti, tra– bajabas de verdad para ti. Por eso, el egoísmo ha presidido tu vida. Ahora te dice la eterna Verdad, que es precisa– mente pensando en tus prójimos como vas a dar, ¡por fin!, con la auténtica dicha tuya. Con la di– cha y con la seguridad. Para estar a seguro, quizá sólo contabas con las cajas de previsión, con los ahorros, las mutua– lidades, o los compromisos de las compañías ase– guradoras. No está mal; pero en última instancia hasta eso puede fallar. Lo que no puede fallar es la palabra divina: «Bienaventurado quien piensa en el pobre y necesitado: en el día malo lo guar– dará el Señor.» No sé quién diría por primera vez cierta senten– cia, que no deja de tener su gracia, aunque cruel: «El listo vive del tonto, y éste, de su trabajo.» A los oídos del mundo, podrá tener el dicho su valor; ante Dios, resulta totalmente equivocado. Ante Dios, la verdad es ésta, sólo esta: los listos viven para su prójimo, y los tontos, para sí mis– mos. 320
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