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circunstancia de lugar y hora, no eran ciertamen– te «de circunstancias»: volaban con vitalidad de siglos por encima de toda limitación temporal o localista. Ante el anuncio de su inminente partida, a aquel puñado de fieles se les había llenado de tris– teza el corazón. La cosa no era para menos. Aparte del senti– miento por la separación de Aquel a quien tantí– simo amaban, era para inquietar la situación en que de pronto iban a encontrarse. ¿ Cómo queda– ban ellos si Jesús partía? Cortos de facultades, escasísimos de recursos, frente a una realidad te– rriblemente poderosa y adversaria. Una realidad complejísima, que en éste, como en tantos otros lugares de la Escritura, recibe el nombre de Mundo. No que se apunte a la Crea– ción en sí misma, sino a los seres creados, en cuanto apartados de Dios, metidos en pecado, y sumisos a Satanás, el «príncipe de este mundo». ¡Realidad poderosa y adversa, que rodea por todas partes! Mientras Jesús ha vivido con ellos, no había por qué temer: con El lo tenían todo. Pasara lo que pasara, allí estaba El: para actuar siempre en su favor, para sacarlos de apuros. Era de verdad su «paráclito», es decir (según la etimo– logía griega del término), su asesor-abogado, su apoyo total, tan apto para defender como para atacar, frente a enemigos o contrincantes. Pero El se va a marchar, y con su ausencia se les oscu– rece a ellos todo el horizonte. Jesús trata de reanimar aquellos corazones, «colmados de tristeza»; y para ello les da la se– guridad de que su personal ida al Padre no im– plica un desentenderse de los que sigan aquí... 297
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