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Recordemos a uno de los mejores maestros de la humanidad: S. Pablo. Tiene que escribir por segunda vez a sus cristianos de Corinto, y ha de justificarse ante ellos por un cambio de plan, que algunos -los que no le miran bien- interpretan torcidamente, presentando a Pablo como hombre voluble, que tan pronto dice «sí» como «no». Con palabra enardecida afirma el Apóstol que él no es así ... y que, además, no lo puede ser, porque está sustancialmente vinculado a quien fue entre los hombres la personificación misma del «Sí»: -«Cristo Jesús, el Hijo de Dios, el que Silvano, Timoteo y yo os hemos anunciado, no fue pri– mero "sí" y luego "no": en El todo se ha con– vertido en un "Sí"; en El todas las promesas han recibido un "Sí"» (2 Cor., 1, 19-20). No sé si alguna vez se ha acertado a decir con tan pocas palabras algo tan definitivo y definito– rio sobre Jesucristo. El es el «Sí» del Universo. En El recibió Dios, ¡por fin!, el «sí» que estaba esperando desde el principio: un «sí» de sumi– sión, amor y entrega total, que debía darle la cria– tura privilegiada, el hombre, en nombre propio y en el de todos los demás seres creados. Precisamente la mala situación de esa criatura se debía al «No» con que había iniciado su mar– cha, inaugurado su historia. Un «No» de Primer Pecado, que había de tener luego, en todos, tantas nuevas ediciones y repeticiones ... Si todos los males vinieron de aquel «No» de origen, que dejó al hombre «descentrado» y «ex– traviado» en su andadura, el remedio a tales ma- 294

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