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Había en la Iglesia de Francia, antes de esta gran reforma litúrgica del postconcilio, un prefa– cio propio para las misas de Adviento, que con– densaba en tres palabras latinas la dimensión de nuestra necesidad ante el Salvador deseado y pro– metido: inscios, impíos, infirmas. Así somos nos– otros, dejados a nosotros mismos: ignorantes, irreligiosos, enfermos. Aquejados de tres funda– mentales carencias: faltos de saber, faltos de pie– dad, faltos de solidez (sobre todo, en el alma); y sólo El puede remediamos en tales fallos: dándonos de su Verdad, dándo116s de su Santidad, dándonos de su Fuerza. Lo que ha debido y debe suponer para «los hombres de buena voluntad» la aparición entre nosotros del Deseado de los Eternos Collados, se esfuerza por darlo a entender la liturgia navide– ña mediante una llamativa colección de expre– siones bonitas: -«Hoy nos ha descendido del Cielo la PAZ ver– dadera... ». -«Hoy empezó a resplandecer para nosotros el DIA de la nueva Redención ... ». -«Hoy nos ha venido a la tierra una grandísi– ma LUZ: .. ». -«Hoy los altos cielos se han vuelto de MIEL sobre la anchura del mundo... ». Como para saborearlo. Pero lo de la noche de Belén fue sólo el inicio. El Deseado fue constantemente a más, hasta 289 19
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