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que bastante oración es ya cultivar las relacio– nes con nuestros semejantes; que sólo un orar comunitario tiene validez y sustancia ... Difícilmente pueden decirse con mayor frivoli~ dad más gruesas estupideces. Y a un cristiano -¡y no digamos a un cléri– go!- es a quien menos permitido debe estarle sa– lir con frivolidades de estúpido. Por muy «actua– les» que sean. Pretender ser «creyente», sin tomar en serio la oración, la oración personal, es como andar tras la cuadratura del círculo ... Para quien no ora,. Dios, prácticamente, no existe; nada vivo signi– fica para él. A un hombre así, verdadero «pobre hombre», hay que darle el más sentido pésame, pues segui– rá cada día más, y sin remedio, en su realidad de «forma inacabada», «existencia sin remate», «ser deficitario» ... ¡Buen panorama! Pero si el pobre hombre lo quiere así. .. Dios invita, no avasalla. Por rehuir el encuentro personal con Dios, que puede exigir tanto ... , se habla mucho de «encon– trar a Dios» en los demás, en los acontecimien– tos, en las cosas de la vida. ¡Muy bonito! Pero... ya es experiencia vieja que «sólo son capaces de llegar a eso, a ese tipo tan estupendo de oración, quienes durante muchos años se han ejercitado en la vida ascética, en la pureza del alma, en la abnegación de sí mismos ... , y en pa– sar horas enteras ante Dios, en la soledad o fren– te al Sagrario» (P. Carlos Valverde: «Sal Terrae», febrero 1968, pág. 127). 287
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