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Murió en la primavera de 1940. Cuatro meses antes, ya irremediablemente enfermo, escribió a sus alumnos de la Universidad de Münster, para darles una entrañable despedida; la carta lleva la fecha del 18 de diciembre de 1939, y es ... «Si ustedes me preguntasen ahora, antes de irme -e irme definitivamente-, si conozco una clave mágica que pueda abrirle a cualquiera la puerta última que conduce a la sabiduría, yo les contestaría que sí. »Y esta clave mágica no es la reflexión, como tal vez esperasen oir de un filósofo, sino la ora– ción. »La oración, entendida como entrega definiti– va, le hace a uno tranquilo, infantil, objetivo. »Yo pienso que un hombre se adentra más y más en el ámbito de la humanidad (no del "hu– manismo") a medida que está mejor dispuesto para orar (con tal que se trate de auténtica ora– ción). La oración caracteriza la "humilitas" últi– ma del espíritu. Y las cosas grandes de la exis– tencia sólo se conceden a los espíritus que oran. »Pero aprender a orar, donde mejor se consi– gue es en el dolor... »Bien, amigos. Sólo me resta saludarles con un infantilmente alegre ¡Hasta la vista!» Con estas líneas delante, se pregunta uno por el sentido de lo que dicen ahora algunos -¡hasta clérigos!- en la Iglesia: que la oración es un egoísta evadirse de las ur– gencias cotidianas; que los que buscan hacer algo no tienen tiempo para perderlo en la oración; 286

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