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Ver a Dios en Jesús, a través de Jesús, no es aún ver el rostro del Inefable cara a cara... Pero ya es mucho, muchísimo. Es saber a qué atener– nos en lo fundamental. Y con la esperanza de que llegue, por fin, la gran hora: «Mirad qué amor tan grande nos ha tenido Dios Padre, para llamarnos hijos suyos, ¡y que lo sea– mos de verdad! »Ahora somos ya hijos de Dios; pero aún no se ha manifestado lo que por esto habremos de ser... Cuando se manifieste, asombraos, ¡seremos semejantes a El! Porque le veremos tal como es» '(1 Jn., 3, 1-2). Sólo entonces quedará, por fin, colmado el má– ximo anhelo de la criatura humana. El anhelo hecho tantas veces grito de oración ... Y del que son, únicamente, inolvidables bro- tes las palabras que ya hemos visto del viejo salmista hebreo, del «Proslogium» de S. Anselmo y del «Cántico Espiritual» de S. Juan de la Cruz. Felizmente, podemos orar con esta estrofa li- túrgica: 282 «Libra mis ojos de la muerte, dales la Luz, que es su destino: yo, como el ciego del camino, pido un milagro para verte». (Himno IV para la hora de Vísperas.)

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