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primer término, al hombre. Pero respecto a éste, sus planes van mucho más lejos: «A imagen tuya creaste al hombre, y le enco– mendaste el universo entero, para que, sirviéndo– te sólo a Ti, su Creador, dominara todo lo crea– do ... » Por este su misterioso y altísimo origen, y por su no menos alto y misterioso destino, el hom– bre, desde siempre, ha andado a la búsqueda de Dios. Frecuentemente, sin saberlo; y con innume– rables equivocaciones. Ha habido en él, junto a la viejísima y lamen– table «auri sacra fames» (el hambre sagrada del oro), otra no menos vieja, pero sí mucho más no– ble «Dei sacra farnes»: la necesidad de subir has– ta Aquel en quien está la clave, el sentido y la plenitud de todo. Pero «llegar hasta Dios» desborda ampliamen– te las posibilidades de la pobre criatura que es el hombre... , especialmente después de su CAIDA. Sólo cabía que Dios ... «Y cuando, por desobediencia, perdió tu amis– tad, no lo abandonaste al poder de la Miterte, sino que, compadecido, tendiste la mano a to– dos: para que te encuentre el que te busca». «Reiteraste, además, tu alianza a los hombres; por los profetas los fuiste llevando con la es– peranza de salvación; y tanto amaste al mundo, Padre Santo, que, al cumplirse la plenitud de los tiempos, nos enviaste como Salvador a tu único Hijo ... ,,. 280

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