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terra, pasa sus días meditando y estudiando lar, garnente en la abadía benedictina de Bec (Nor– mandía francesa). Y llega un momento en que ya no puede guardarse para sí solo aquellas lar– gas meditaciones. Prepara unos pergaminos y, pluma en mano, se pone a desahogar el tumulto de sentimientos e ideas que acerca de Dios, el gran tema, le bullen en el alma: i:ace así un es– crito que se hará célebre en .la historia de la Teo– logía (y aun de la Filosofía) con el nombre de «Proslogium», aunque primeramente su autor le diera el significativo título de «Pides quaerens intellectum»: Creer para entender. Yo me lo imagino ante el ancho escritorio de roble, principalmente durante las horas tranqui 0 las de la noche, a la llama de unas velas. Un gran silencio se ha posado dentro y fuera del monas– terio: los morijes descansan, y él, su prior, Ansel– mo, se ve al fin libre de los muchos quehaceres que su cargo le trae durante las horas del día ... ; ahora puede pensar, y escribir, sosegadamente: Más. de una vez le ayuda el monótono son de la lluvia que cae sobre tejados y patios del monas– terio, traída por aquellas nubes que, desde el At– lántico, parecen sentir especial atracción hacia las costas bretonas y normandas; más de una vez su pensamiento fluye al ritmo del vecino riachue– lo, que va a desembocar luego en el Risle, cerca de Caumont. • Anselmo -el futuro S. Anselmo, Doctor de la Iglesia-, empieza a escribir su libro con el alma estremecida: «¡Ea, hombrecillo! Haz ya un paréntesis en tus múltiples ocupaciones; libérate de tu conti– nuo cavilar y vuélvete de lleno a Dios ... 277
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