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en busca de agua al pozo de Jacob, que estaba regularmente distante, era una de esas labores ... Pues bien, un día se encontró allí a un hombre (qué cosa tan sin importancia, ¿verdad?), que le pidió de beber. Ella puso alguna resistencia, por– que miraba mal a los judíos; y entonces él le sa– lió con un extraño hablar: -Si conocieses el don de Dios, y quién es el que te pide de beber, serías tú quien te pusieras ahora misnw en actitud de súplica... Y, efectivamente, a los pocos minutos ya era la mujer la que pedía. Pero él, atendiendo en forma extraña a su pe- tición, le salió con esto: -Anda, busca a tu marido; y volved luego. -Y o no tengo marido. . -Dices bien, porque cinco «maridos» has te– nido ya, y el que ahora tienes, tampoco te perte– nece. No has dicho mentira. Un inmenso pasmo dejó a la mujer paraliza– da ante aquella súbita revelación de la miseria de su vida. Pero allí empezó también su remedio. El encuentro con aquel hombre resultó el más gran– de acontecimiento de su historia, su mejor «suer– te». (S. Juan, cap. 4). Señora o señorita X. X.: un encuentro así es lo que yo le deseo a usted (y no piense que la quie– ro comparar con la samaritana). El periódico que yo leí decía de usted, que a ve– ces huye del mundo deslumbrador que la rodea (y que la hastía), yéndose en busca de niños po- 267

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