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con la esperanza de volver al ministerio sacerdo– tal, después de unos años, cuando mi sistema ner-– vioso esté completamente restablecido. A causa de mi enfermedad he sufrido tentacio– nes muy graves de desesperación, incluso intenté el suicidio una vez. Me parece que quedarán pocos problemas en la vida del sacerdote que yo no haya atravesado, e incluso vivido, con una profundidad anormal. Llegué a dejar el mismo sacerdocio. Negué la existencia del cielo y del infierno. Quise casarme. Durante la agonía de un joven católico, que había dejado la Iglesia y a quien intenté ayudar por varios meses, pedí a Dios que me condenara a mí para que se salvara él. .. Después de tales experiencias, voy viendo con una certeza mayor que la que nos pueden dar to– das las ciencias físicas, que Dios ES BUENO, que NOS AMA. El, desde toda la .eternidad, sabe, has~ ta en los detalles más insignificantes, todo lo que ocurre en nuestras vidas: nuestras alegrías y nuestras tragedias. Y todo entra en su plan, bien porque El lo quiera, o porque lo permita. Estoy seguro de que la misión sacerdotal, co– mo la de todo cristiano, está principalmente en ORAR y AMAR. Orar presupone un amor a Dios que nos empuje a mantener una relación muy personal y continua con El; relación que no se basa en miedo o ignorancia, sino en la certeza de que «Dios me ama». Creer que las relaciones hu– manas con nuestro próji1110 son ya en sí oración, es un ENGA&O FUNESTO de los tiempos pre– sentes. No hay nada que pueda sustituir a la re– lación directa y personal con el Padre, con Jesu– cristo: bien sea con las expresiones que nos bro- 261

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