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defraudado: «Yo sé bien en quién he puesto mi fe.» ¿No es por aquí por donde solemos fallar nos– otros, «los de Cristo»? Nos mantenemos, sin du– da, en una especie de fe «oficial»; pero no llega– mos en el confiar y en el creer a la manera abso– luta, total, exaltada, del Apóstol. No llegamos si– quiera al «grano de mostaza» del Evangelio ... Peor: alguien podría ver a veces en nuestro ta– lante vital la semivergonzante decepción de hom– bres que se sienten semiestafados ante unos resul– tados que no corresponden a lo que creyeron y esperaron en la hora decisiva de comprometerse con Cristo. ¡Qué lejos esto, del estado de ánimo que se revela en ese «Yo sé bien a quién me he confiado!» La mezquindad humana no hace buen juego con la grandeza divina, siempre misteriosa y difícil. Llegar hasta el fin es siempre costoso ... Más costoso aún en el terreno de la FE, en que tantas veces el camino se eriza de incomprensi– bles dificultades ... Pero si no se llega hasta el fin, no hay obra, ni empresa, ni misión, que valga verdaderamente la pena. -«Creer y crear son palabras distintas. Pero cuando dices con toda tu alma: «Creo, creoii, creer y crear ya casi resultan la mis1na cosa.,i (J. Benavente) 259

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