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«PUEDO GLORIARME EN MIS FLAQUEZAS, PORQUE DE CRISTO TENGO LA FUERZA» T AMBIEN esto es del Apóstol (2 Cor 12, 9). Resulta admirable la rectísima gallardía con que él no quiere dejar tras cortinas de humo las zonas nada encomiables de su ser; no es que las ame por sí mismas: sería monstruoso; sino que las acepta gustosamente, en cuanto base y contrapunto de una mejor acción de Cristo en él. Me parecen buen ,comentario a esta actitud del Apóstol las palabras escritas hace años por un Cartujo: «El conocimiento de nuestra insignifi• cancia es a la vez el más gratuito de los dones y la recompensa que sigue, en cierto modo, al es• fuerzo generoso y sostenido. En la lucha contra nosotros mismos, conseguiremos, sin duda, algu– nas victorias; pero, si avanzamos en nuestro tra– bajo, nos daremos cuenta de la tarea inmensa que aún nos falta por realizar, y de la insuficien• cia irrisoria de nuestras conquistas. «Será entonces cuando, ¡por fin!, nos volvere• 254
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