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prensible actitud de gracia con que Dios quiso producirse a mi respecto. ¡Oh abismo de la rique– za, de la sabiduría y de la ciencia de Dios! ¡Cuán incomprensibles son sus decisiones e irrastrea– bles sus caminos!» Hay que felicitar al Apóstol por su perfecto «es– tar en la luz», viendo las cosas como son. No ocurre frecuentemente esto. Este primer rasgo en el verdadero perfil del Apóstol es el rasgo primero de todo hombre ca– bal: verse a sí mismo exactamente centrado, es decir, sabiendo a qué atenerse en cuanto a ser, mérito y posibilidades. Porque este mismd hombre, que anota a cuen– ta de la gracia de Dios todo lo mejor de su ser, sabe apreciar también lo que hay que poner a su propia cuenta: «Su gracia no se ha malogrado en 111.í; al contrario, yo he trabajado más que los otros apóstoles juntos; ¡no precisamente yo!, sino la gracia de Dios conmigo.» Dios es siempre quien se adelanta, quien da pri– mero; pero luego es decisivo que el hombre co– rresponda. La gracia sacramental es la misma pa– ra todos los sacerdotes. ¿Por qué después unos van siendo auténticos hombres-luz, y otros, candi– les apagados? Hombres nuevos en Cristo quedan constituidos todos los bautizados. ¿Por qué lue– go unos están cada día más llenos -«de su ple– nitud hemos recibido todos»- y otros, cada vez más vacíos? ¡Lo que somos, cuando nos empeñarnos en se– guir «nosotros mismos»! ¡Lo que podíamos ser, en las manos transfor– madoras de Dios! 253
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