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-Yo me he afanado 111.ucho -me dice-, he plantado mucho ...; pero quien de verdad cuenta no es precisamente quien planta, ni tampoco el que riega, sino quien puede dar el crecimiento. De nosotros mismos, nada; toda nuestra capacidad y suficiencia viene de Dios. ¿Qué tengo, que no haya recibido de El? Y si de El lo he recibido, ¿puedo acaso alzarine con la gloria o el mérito? Yo soy el último de los apóstoles; más aún, no merezco llamarme apóstol, aunque lo sea en ple– nitud. Quiero que los hombres vean en mí única– nzente al ministro-servidor de Cristo y dispensa– dor de sus misterios. ¡Qué lejos está este hom.bre de la estúpida vana– gloria! Me asegura que sólo le gustaría gloriarse en sus fallos y debilidades, para que así se mani– fieste mejor en él la poderosa acción de Cristo. -Me ha dicho usted que ha trabajado como na– die en la empresa del Evangelio: ¡cuánto de fati– ga y tribulación habrá supuesto tal actividad! Hace un gesto muy expresivo... Pero luego añade: -Preferiría no hablar de ello, no sea que al– guien vaya a farmar de mí un juicio superior a lo que en 111,í hay. Insisto en que debe desvelar algún tanto sus secretos, por lo que puede resultar de gloria para Dios y de enseñanza para muchos. Y al fin, ha– bla: -Diga usted, que sé de todo, que he pasado ele todo ... Días sin comer, noches sin dormir; casi siempre en fatigosísimos viajes, acosado de peli– gros y ele adversarios, a veces helado de frío, a veces quemado por el sol; y luego, a trabajar du- 245
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