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-Sí, es verdad. Pero todas las cosas que pudie– ran tenerse como ventajas o ganancias para mí, me parecen ahora, por Cristo, casi como pérdidas. Por El he dado al traste con todas, y hasta las mi– ro como basura, con tal de ganarme a Cristo y ser hallado en El. -¿ Cómo se explica el fuego que usted pone en sus palabras cuando habla de Jesús? Creo que ningún otro hombre ha hablado de El con tan ardoroso entusiasmo. -No lo sé. Sólo sé que para mí el vivir es Cris– to ... Más aún, creo que ya no soy yo quien vive: es Cristo quien vive en mí. Pero no ha sido así siempre; todos lo sabemos. Hubo un tiempo en que este hombre, nacido en la floreciente ciudad de Tarso, capital de Cilicia (Asia Menor), tenía a Jesús de Nazaret y a sus «nazarenos» por el peor ENEMIGO. Y les odiaba. Y les perseguía. El me dice que ha tenido que explicar más de una vez, de palabra y por escrito, la historia de su cambio, el suceso clave de su vida. Y es que parece tan asombroso, en sí mismo y en sus con– secuencias, que resulta casi increíble. -Yo he nacido dos veces -viene a decirme-. La primera, de padres israelitas, en Tarso de Ci– licia, como usted sabe. La segunda, de una acción de asalto divino, en el camino de Damasco. Aquí murió el fanático judío que yo era,· y empezó a ser «Pablo, siervo y apóstol de Jesucristo». -Me parece que este segundo hombre, no me– nos apasionado que el primero, ¿no? Asiente con una sonrisa. ¿Cómo negar una rea– lidad que le sale por todos los poros? Y hasta me da la impresión de que está orgulloso de ella. 242

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