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terrena, animal, demoníaca... La sabiduría que viene de arriba es, ante todo, pura, y luego pací– fica, indulgente, benévola, llena de piedad y bue– nos frutos, sin parcialidades ni hipocresías. Así, el fruto de la justicia se siembra en la paz para los que por la paz se afanan» (St 3, 13-18). Ya Fulton Sheen, hace años, en su «Vida de Cristo», apuntó sobre Juan Bautista: «Teniendo como tenía a su país bajo el pesado yugo romano, él habría logrado un éxito inmenso ante sus con– nacionales si se hubiera puesto a predicar que 'el que había de venir' iba a traerles la 'liberación' de todas sus servidumbres ... Pero todo lo que se le ocurrió, como preparación ante el Libertador que venía, fue exigir de todos 'la penitencia' (y una penitencia, por cierto, muy personal)». Según San Mateo, la Vida Pública de Jesús tuvo los comienzos de una Luz que fuera gradualmen– te iluminando la tierra de Zabulón y de Neftalí, la Galilea transitada por los gentiles ... Y lo que Jesús iba proclamando y explicando entonces, de pueblo en pueblo, era esto: «Haced penitencia, convertíos ... , que el Reino de Dios está ya a la puerta» ... ¿Por qué no empezaría, al gusto de los «profe– tas» de ahora: «Explotados de todo el país, uníos. ¡Abajo la injusticia! Venid a mí los oprimidos, que yo os acaudillaré en la lucha por vuestra libe– ración?» Quizá el «fracaso» de Jesús (basta ver cómo acabó, abandonado de todos) se debió a no haber 236
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