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tivo de la violencia, como el gran medio para lle– gar a la liberaéión de hombres y pueblos. Tal liberación, en lucha contra las vigentes es– tructuras opresoras, parece ahora la gran meta del auténtico cristianismo. El cristianismo histó– rico ha estado perdiendo miserablemente el tiem– po y haciendo el juego a las clases explotadoras con su presentar como meta final del hombre una bienaventuranza escatológica y extramundana ... No quiero seguir, porque, entre precisiones, ex– plicaciones y confrontaciones, no acabaríamos en muchas páginas. Lo que de momento tengo ganas de decir, es la dificultad que encuentro para compaginar el re– curso a la violencia como medio de acción «cris– tiana» y el estilo que parecen consagrar nuestros viejos textos sagrados. - «Encargo primeramente que se hagan ora– ciones, plegarias, súplicas y «eucaristías» por to– dos los hombres: por los reyes y demás, que ocu– pan puestos de autoridad (quien entonces tenía la autoridad suprema, bien lo sabía el Apóstol, era el emperador Nerón), para que podamos lle– var una vida tranquila y sin sobresaltos, con toda piedad y dignidad. Esto es una cosa excelente y que agrada a Dios, nuestro Salvador... Quiero, pues, que los hombres oren en todo lugar, levan– tando al cielo unas manos piadosas, sin cóleras ni altercados» (San Pablo a Timoteo, 1.a, 2, 1-8). - «¿ Quién puede tenerse por sabio y experi– mentado entre vosotros? Que lo demuestre a tra– vés de sus obras, hechas con sabia mansedumbre. Mas si, por el contrario, guardáis en el corazón amargas envidias y un espíritu de discordia... No procede de arriba una tal 'sabiduría', sino que es 235
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