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Estos precisamente, los de cada uno (empezan– do por los proféticos denunciadores), son los que nos ponen de hecho fuera del camino de Dios. Estábamos equivocados en la Iglesia. Desde ahora, ya no podemos dudar de que el sexo es lo más serio que hay en la vida. ¡Hay que ver la ren– dida atención que le dedican tantos clérigos «de vanguardia»! Y la cosa no es para menos, porque si la sexua– lidad tiene tan alto «valor humano», si es, nada menos, que la «liturgia del amor» -casi activi– dad mística- y si sin su ejercicio anda tan «in– completa» la persona..., hay que rectificar crite– rios, enfoques y actitudes, y llegar hasta donde sea a su favor. Hasta -son ejemplos- defender la plena libertad de los cónyuges en sus relaciones de pareja, y encontrar más que justificadas las «entre– gas» prematrimoniales de los novios. y reconocer como digno de todo respeto -radi– calmente cristiano- cualquier «comercio» carnal entre personas, con tal que «se amen»; porque~ eso sí, ¡nada como el amor!, y habiendo amor no hay más que pedir... -Podría pensarse, ya queda dicho, en la vuelta de los «nicolaítas», tan execrados en el Apocalip– sis como el peor peligro para las primitivas co– munidades cristianas. Pero quizá se trate simplemente de que ha em– pezado a cumplirse lo anunciado en 2 Tim 3, 1-5: «Has de saber, que en los últimos días no falta– rán horas difíciles. Porque vendrán hombres egoís– tas, concupiscentes, rebeldes a sus mayores, in- 233

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