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compartí de golpe. Le dejé hablar sin intervenir; luego, a solas, me puse a reflexionar ... «Estamos perdiendo la cabeza», decía él. Que no pocos la tienen perdida, me parece innegable; son muchas las tonterías que se están haciendo. ¡Y si fueran sólo tonterías! Mas, por otra parte, y ciñéndonos al caso del barrio mencionado, ¿podríamos justamente con– denar en seguida, sin salvedades, como fruto de tontería y esnobismo, la desenvuelta llaneza con que se conducían los actores de aquella «santa asamblea»? Siempre lo decisivo está en el espíritu (Jn., 6, 63). Y es precisamente esto, el espíritu, lo que no se nos ha explicado: el espíritu que había o so– plaba por todo aquello. ¿Espíritu de Dios, o espí– ritu de vacía «modernidad»? Yo me pregunto cómo saldrían los fieles del acto ... ¿Habían notado la presencia de Cristo en el modo de celebrar de Pepe, en las palabras de Juan Luis, en las intervenciones del monitor? ¿Se había despertado en ellos la necesidad de ser me– jores hacia Dios y hacia los prójimos, y también la conciencia de que todos eran «uno»: la gran familia, que ya tenía para reunirse aquella casa del Padre? ¿Sentían haber recibido algo, o salían con la impresión de que no se les había entrete– nido mal durante una hora? Me hubiera gustado escuchar los comentarios «extra ecclesiam» ... Si el nuevo estilo no hizo más que chocar, o divertir, o malhumorar (divertir a unos, malhumorar a otros), sin dar a nadie un latido también nuevo de genuina fraternidad en Cristo, entonces ... «Nos la va a celebrar Pepe». Bien puede ocu– rrir que este cura, que no quiere ser don José, lo 228
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