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Por eso, las incomprensiones, las críticas y has– ta la malquerencia que rodean con frecuencia al sacerdote. Si en ocasiones es el mismo sacerdote quien tiene la culpa del cerco de hostilidad que le envuelve -por lo que hace o deja de hacer- 1 en muchas más se deberá principalmente a tener que cumplir con lo que Cristo encargó: SER LUZ DEL MUNDO Y SAL DE LA TIERRA. 226
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