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cesaria, pero dolorosa. Aquellos a quienes se tra– ta de salvar de la podredumbre sienten muy gra– ta la llamada de la corrupción, y encuentran acres y repelentes las operaciones de salazón es– piritual. ¡Luz del mundo y sal de la tierra! Cuando el inquieto don Miguel de Unamuno se consumía pensando en la regeneración de la triste Espafia de su tiempo, tuvo la ocurrencia del «hombre quijotizado» como seguro agente de la tal rege– neración. Dicho hombre debería luchar apasiona– damente a favor de la justicia y de la verdad. Pero, ¿cómo? -«¿Cómo? -responde en un libro don Miguel-. ¿Tropezáis con uno que miente? Gritarle a la cara: ¡mentira!, y ¡adelante! ¿Trope– záis con uno que roba? Gritarle: ¡ladrón!, y ¡ade– lante! ¿Tropezáis con uno que dice tonterías, a quien oye toda una muchedumbre con la boca abierta? Gritarles: ¡estúpidos!, y ¡adelante! ¡Ade– lante siempre!». («Vida de Don Quijote y San– cho», Austral, pág. 15.) Más de una vez, para ser luz del mundo y sal de la tierra, los sacerdotes habrán de proceder así, aunque dulcificando mucho sus «denunciasY, con la caridad de Cristo (las más santas «causas» pueden estropearse por servirlas con malos «mo– dos» ... ). No es fácil mantenerse en la actitud de inso– bornables predicadores de la verdad. Porque ya es cosa vieja que bastantes no la aman, y mu– chos más no gustan de oírla, si ella afecta clara– mente a su propia conducta ... 225 15

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